martes, 7 de abril de 2015

CELEBRACIÓN A LA ANTIGUA


Por la tardecita del 23 de junio, los caminos vecinales se llenaban de canciones alegres. El pespunteo del requinto, de la guitarra y de la bandola, y el son acompasado de atabales y tambores, convergían en ritmo de joropo o de bambuco.
Guitarristas y requinteros hacían los ludios e interludios con gran agilidad de dedos y rasgar de los encordados.

La nochebuena sin queso
Y el San Juan sin aguardiente
Es los mesmo que la boca
Sin la lengua y sin los dientes

En la noche se encendían las candelas de San Juan, que lampeaban sobre el verde violento de los cañadulzales y en las altas copas de los encenillos.
En donde quiera que había galón de arrendatario, caneyes de aparcería o casas patronales, alzaban al cielo sus lenguas las candelas de San Juan. Los cohetes rasgaban el aire por valles y montañuelas. Cuando reventaban en lo alto con alegre estampido, las luces de las bengalas presumían de meteoros como si Saturno, Júpiter y Venus se hubiesen concertado para hacer luminosos guiños a los fiesteros. Corría un anisado y había no pocos entreveros y pendencias:

Yo a veces quisiera ser
Chinguecito colorado
Para poderte abrazar
Sin temor por lao y lao.

El 24, día de San Juan, las campesinas amanecían estrenando enaguas de olán florido, vistosos collares de peonías espaciados con fuentecitas de azabache, escotes con pasamanerías y muchos encajes y perendengues.

Y como el baño era ritual, el bosque de carboneros y arrayanes agregaba a sus aromas naturales la fragancia del pachulí, del jabón de Reuter y del agua de Kananga de Murray.

En los intermedios y entre los chapoteos que levantaban muselinas de agua y chorrear de cabelleras blondas o endrinas, y jugar del viento sanjuanero con los anacos de pancho colorado, venía la copita de mistela o mejorana custodiada por regimientos de bizcochuelos y arepitas de achira.

Después del baño, viejas y mozuelas ungían sus cabellos con Tricófero de Barry y Kananga. “cuarta y geme” de galón negro alcanzaba para sujetar las alpargatas nuevas sobre los empeines recien labados. Cantaban los mozos al son de las guitarras:

Avísame cuando vas
A refrescarte en el baño
Para llevarte el “anaco”
Que yo solo no me amaño.

Y a comer el asado tradicional!. Su preparación requería un meticuloso proceso. Perniles, cabeza, costillas y tronco del marrano recibían la consagración ritual de las especias: cominos, pimienta, nuez moscada y mostacilla. Y de las yerbas: culantrillo, eneldo, poleo, cebolla cimarrona y ajo.
Y para mejor adobar, una buena rociada de vinagre de la tierra.
Así adobado, el marrano se iba al horno caldeado con bagazo y guadua seca en cazuelas de barro cocido, se tapaban las bocas con hojas de “bihao” y se atrancaban con horquetas de varejón. Una hora después, el olorcillo a estofado anunciaba que la carne se estaba dorando y que la salsa comenzaba a escurrirse por los esportillados.

San Juan era fiesta rural. San Pedro urbana; pero las dos estaban unidas hasta por diez días de regocijos continuos. San Juan, San Juanito, San Pedro, San Pedrito, San Pablo, San Pablito. En veinte pueblos y villas, encerronas de toros bravos del Sartenero o de la manguita, descabezadura de gallos y caracolear de bayos y moros finos, retintín de estribos, bailes de “primera” y de “Palo parao” y “alpargate lavao”. Y mucho trago: brandy donde los Ucroces, Manríquez, Duranes y Cuellar Duraán, etc. –“Resacao” de anis en el pueblo.
Mas una que otra “cumbrera” en pajijí y calle caliente, y uno que otro “pisaganao” asteado en los fondillos por los toros bravos en la plaza de San Pedro.

Así eran San Juan y San Pedro en el Huila.

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